martes, octubre 28, 2008

Relato de Turf(Protosinkin)

Aquel Domingo decidió llevar a su hijo al hipódromo; estaba harto de pasar mañanas enteras en plazas infestas de palomas, ludotecas y Parque de Atracciones. No era un aficionado a las carreras de caballos, todo contacto con el mundo equino se limitaba a un paseo en burra cuando fue pequeño. Pero creyó que era una ocasión propicia acudir a aquel lugar maravilloso, tal vez, diferente, sin duda, para que su hijo tuviera algo nuevo que contar a su madre cuando tuviera que entregárselo al atardecer en la puerta de su casa, como si de un paquete postal se tratara.
Mientras su hijo luchaba por alcanzar con sus diminutos dedos un pescadito de color naranja, que parecía haber huido hasta el fondo del paquete de golosinas que apretujaba entre sus manos, él contemplaba desde su privilegiado asiento el desfile de los participantes de la primera carrera. Antes de que entraran en los cajones de salida, le hizo venir hasta su lado y lo sentó en sus rodillas.
-Mira los caballos, hijo –le dijo, con autoridad-. ¿Te gusta alguno? –le preguntó
El hijo dirigió su mirada hacia la pista, molesto por tener que olvidarse de su objetivo, que aún seguía en el fondo del paquete, resistiéndose a ser cazado. Después miró reflexivo a su padre.
-Dime, te gusta alguno –insistía el padre
El niño volvió a mirar a los caballos, pero seguía callado, inmóvil en su posición, urgando con sus dedos en la bolsa. Por fin, alcanzó aquel pescadito tan codiciado y una sonrisa se dibujó en su blanquecino rostro. Antes de llevárselo a la boca, dijo con una serenidad pasmosa:
-Aquel, el de la gorra naranja –señaló con su dedito
-¿Por qué?
-No lo sé –contestó, sin comprender qué extraños motivos tenían que dirigirle para elegir uno, en lugar de otro.
Los cajones se abrieron al tiempo que un hombre enjuto, bien vestido, peinado hacia atrás, que ocupaba un asiento próximo, no se molestó en disimular reirse del comentario del niño. El padre sabía que el caballo elegido por su hijo no tenía nunguna opción de victoria, pero era su elección y como tal debía ser respetada por lo que lanzó una mirada casi perversa a aquel sujeto quien, al verse descubierto abandonó sus ademanes prepotentes para esconderse tras los prismáticos. El final de la carrera estaba próximo y el número cinco iba el penúltimo, muy distanciado de la cabeza de carrera. El niño dejó caer al suelo su bolsa de golosinas, que hasta aquel momento había custodiado como si de preciado tesoro se tratase, al ver entrar a su caballo el último. Su cara era fiel reflejo de la desolación. El hombre enjuto miró su boleto de apuestas y esbozó una sonrisa al ver que la fortuna estaba de su lado. Se levantó con rapidez y, antes de dirigir sus pasos hacia la escalera que le conduciría a la sala de apuestas, pasó su mano por la cabeza del niño para consolarle. Aquel gesto molestó al padre que no tardó en reprocharle su actitud.
-Mi caballo ha perdido, papá –dijo el niño, dejando caer una lágrima por su delicada mejilla.
-No pasa nada, hijo.
-¿Cómo que no? Mi caballo ha llegado el úlitmo y ese hombre se ha reido.
El padre cogió al niño por los hombros y antes de contestar le dirigió una mirada penetrante.
-Algo en tu interior te hizo confiar en él y eso es lo único que debe preocuparte.
Sabía que en su vida se encontraría con muchos tipos como aquel hombre enjuto que parecía muy seguro de sí mismo, pero se hizo la promesa de estar siempre a su lado para que no abandonara su intuición. Al fin y al cabo es el único resquicio de libertad que le queda al ser humano, que aún no está coartado. Su victoria aquella tarde no se la dio el caballo ganador que se correspondía con su boleto, sino la mirada agradecida de su hijo que le hizo saber que había comprendido su mensaje.

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